viernes, 7 de noviembre de 2008
EL TIO PATRICIO
Subiendo hacia Pedro Andrés, por la estrecha carretera que bordea el rio Taibilla, en los bancales que hay debajo de la curva "el raposero", se le suele ver junto a sus vacas entre los juncos de la orilla del río, lleva chaqueta clara, pantalón de pana y chaleco gris de donde suele sacarse el tabaco para liar un cigarrillo.
Patricio Plasencia Chinchilla nació en Martín Moreno, Jutia (Nerpio)
un 30 de enero de 1924. Vive en el Collado de La Tercia desde 1936, año en el que comenzó la guerra civil, se trasladó allí con sus padres que eran labradores, tenía por aquellos tiempos doce años, fue dos años después al terminar el conflicto armado
cuando tuvo sus primeras vacas, desde entonces convive con estos animales, por los que siente un cariño especial.
"Las vacas las hechó mi padre al terminar la guerra porque había escasez de bestias, yo tenía una docena de años, desde entonces siempre he tenido vacas, primero las cogimos a medias con el amo, hasta que después pudimos ir echando alguna más. Ha habido épocas que he tenido ocho o nueve reses" .
En la actualidad tiene tres, son las últimas vacas de labranza de todo el término municipal nerpiano.
"La colorá se llama Preciosa y las otras dos Jardinera y Carbonera. Antes se sembraban muchos panizos y rastrojos, llovía y nevaba más, tenían más pastos donde comer".
Les habla a sus vacas con unos gritos entrecortados y pronto acuden a su lado, les acaricia el hocico, se aprecia por la manera en que las trata, su debilidad por estos animales."Las vacas son mejores para labrar que las bestias, tienen más fuerza y son más disciplinadas,lo difícil es enseñarlas, yo lo hago con una cuerda atada a un árbol y con las mañas que me enseñó mi padre".Vive con su mujer y un hijo soltero con el que comparte también un rebaño de setenta reses entre ovejas y cabras.
"Mi padre era labrador en finca ajena, el amo sólo tenía una hija que no se casó y heredó todas estas tierras, cuando murió la hija quedaron en manos de un primo suyo que pronto las puso en venta, entonces yo las compré, he estado toda mi vida en estas tierras con mis vacas".
Son los bancales que hay junto al río, en los cuales Patricio pasa los días con sus vacas, desde allí se ve asomar tras la montaña muy cerca, la torre del castillo, junto a las tierras de labranza también se quedó con un buen pedazo de monte.
"Esta tierra es muy amorosa" comenta el tío Patricio mientras vuelve a encender el cigarro de tabaco verde que sostiene entre sus labios, cuenta las bondades de la tierra que ha cultivado durante prácticamente todo el siglo veinte como si conociera cada palmo del terreno.
Con la gorra ligeramente echada para un lado, apoyado en la garrota y manoseando el látigo, saca del bolsillo de su chaleco un antiguo reloj de bolsillo, mientras mira la hora va contando vivencias y recuerdos.
Siempre ha vivido al lado del castillo y del río. "Por aquí ha pasado mucha gente a ver la fortaleza, a mí me han "retratao" muchas veces con las vacas, mi hija me trajo un periódico en el que salí, algunas veces hasta me han mandado las fotos a mi casa".
"El río antiguamente llevaba mucha agua, estábamos dos o tres meses que no podíamos cruzarlo, era cuando caían aquellos grandes nevazos y teníamos que echar puente para pasar, otras veces solo podíamos hacerla montados en la burra.
Cuenta los años de dificultad de la posguerra y lo mal que se pasó. "Mi padre fue un viudo Y tuvo dos barajas de hijos, yo era de la segunda porque mi madre era mas joven, por eso tenía en aquellos tiempos un hermano en edad de combatir durante la guerra, era mucho más mayor que yo, estuvo fugado escondido en aquellas cuevas de allí enfrente, yo le llevaba la comida al llegar la noche, nueve meses ahí metido pasando mucho miedo porque lo "escarcuñaban" todo. Al oscurecer yo le llevaba una calabaza de agua y la comida para el día siguiente. Había con él otro fugado que era herrero, como tenían mucho tiempo se entretenían haciendo sortijas con aquellas pesetas rubias de Negrín, echaban la moneda a la lumbre y cuando estaba caliente le daban con un puntero, después con una lima las arreglaban. Todavía recuerdo muy bien donde está la cueva, había que entrar a "rastrapanza" por un agujero estrecho y a oscuras".
Patricio tiene buena salud, está bien aunque lleva seis operaciones.
"Si no hubiera sido por la seguridad social ya habría muerto, tengo tres operaciones de hernia -se señala las cicatrices- otra de apendicitis, otra de varices en la pierna y la sexta una pupa que me salió en la cara".
Las tres vacas siguen pastando tranquilamente entre los juncos bajo los nogales, al fondo se asoma con disimulo la torre del castillo de Taibilla testigo sempiterno de las tardes que Patricio pasa con sus vacas a la orilla del río.
Con dos zancadas impropias para su edad se apresura para atajar a la burra que se había soltado y se alejaba del ribazo donde estaba pastando, le da un grito y la encamina de nuevo al mismo lugar.
Hace una tarde soleada en los primeros días de invierno, en las faldas de la montaña al otro lado del río la escarcha cubre con su manto gris blanquecino la ladera de la montaña donde hace más de sesenta años Patricio llevaba la comida para su hermano escondido en la cueva.
El tío Patricio sigue cultivando unas tierras en las que ha trabajado durante toda su vida,unas tierras que son suyas porque las consiguió con años de trabajo y sudor,sin duda la manera más noble que tiene el ser humano de conquistar un territorio.
Pedro Serrano Gómez (2001)