martes, 6 de junio de 2023

Elpiedelafoto HISTORIAS DE ESTRAPERLO II

Aquí un extenso pie de foto, tres amigos que vivían en la Calle del Río, junto al puente y el molino, alzando la copa en la puerta del viejo ayuntamiento, los de este barrio formaban la columna vertebral del equipo…

Cuando fuimos los mejores vivíamos en un pueblo de la provincia, no en la Sierra de Alcaraz como dice la copla del Pernales, por el sur de la provincia todo son sierras, me refiero a la del Segura, un conglomerado de veredas entre provincias y comunidades autónomas, tierra de nadie, como la del campo de fútbol donde subíamos a patear la pelota, digo subíamos por que estaba arriba del pueblo, situado este abajo en un pequeño valle entre dos 
ríos por lo que allí todo estaba en alto; el campo de fútbol, la ermita, el cementerio, los cerros y montañas que lo rodeaban estaban incluso más altos, hace tiempo que no voy por allí. Hace unas décadas a principios de este siglo hubo un auge con el turismo rural que según los políticos del momento iba a suponer la transformación económica de todo aquel territorio.
Jugábamos al balón en las calles, en la plaza, en el patio del colegio, en Yetas una de las muchas aldeas del pueblo recuerdo haber jugado en una era. En el campo de fútbol del "Collao la Máera" una de las porterías daba al camino viejo y la otra a un barranco entre montañas que bajaba hasta el río cerca de la "Presa Foros", cuando el balón iba desviado y con mucha fuerza por el camino viejo hacia abajo había que ir a buscarlo casi al pueblo un kilómetro más abajo, cuando salía fuerte por el barranco que iba al río rara vez lo encontrábamos y aparecía días después en el pantano.
Subíamos al campo de fútbol los sábados por la mañana cuando había partido el domingo a señalizar con unos sacos de yeso las líneas laterales, el centro del campo y las áreas. Cuando el partido era importante sacábamos las redes de la caseta y las poníamos en las porterías que eran de recios palos de nogal los postes y de chopo el larguero.
Entre semana quitábamos con azadas los matojos que sobresalían y entrenábamos subiendo andando a Los Pingoroticos y bajando corriendo al L'angosto, el primer entrenador que tuvimos fue el Màriantinos, conocido popularmente por que tenia una cochera un poco mas abajo del campo.
Yo jugaba de líbero…nos trajeron unos trajes nuevos, pantalón azul y camiseta blanca, las calcetas azules con el doblado blanco, había que coserle los escudos, a mi me gustaba el número ocho pero me dieron el cuatro, ese me dijeron era el número del liberó, la posición en el campo custodiando a los centrales y con libertad para salir con el balón.
También jugábamos en una pequeña explanada que había en la casa de los forestales, Argentina había ganado el mundial del setenta y ocho y todos queríamos ser como aquel del pelo largo y grandes zancas que jugaba en el equipo de la capital del Turia, por entonces en los veranos teníamos en el pueblo algún catalán, valenciano, mallorquín, murciano… como en el pueblo casi todos teníamos apodo los que venían a pasar el verano les llamábamos con el gentilicio de su lugar de procedencia, traían trajes del Atlético y del Athletic, a mi mi padre me trajo uno del Madrid lo tuve mucho tiempo sin el escudo que venía suelto y había que coserlo, era de buena calidad por que los calzones me duraron hasta que me fui a la mili.
También jugábamos en la plaza pero Greg Stuar el alguacil, que también era jardinero, siempre estaba poniendo trabas y nuevas normas para hacernos la vida imposible, cuando iba a llegar el "correo" por la tarde teníamos que parar el partido para ir a las flechas a esperarlo y correr todos delante del viejo autobús hasta la plaza gritando "El coreo, el correo... Cuando los grandes jugaban a la pared de la Iglesia dándole unos guantazos impresionantes a una pelota de tenis tampoco podíamos hacerlo nosotros y entonces teníamos que echar un metegoles en la Terrera y no era tan divertido, iba cada uno para su bolsillo y eso no era jugar en equipo, no te divertidas tanto.
En las escuelas también jugábamos pero de vez en cuando rompíamos algún cristal y había que pagarlo entre todos, algunos eran peligrosos y no les dejábamos jugar o se ponían de porteros, porque tenían mala pata, rompían muchos cristales.
Aquellos años según contaban los mayores eran difíciles, los más entendidos en política le llamaban transición, yo al principio creía que estaba relacionado con la maquinaria del campo que estaba sustituyendo a los animales, se veían menos "bestias", burras, mulas y otras caballerías, y aparecían las mulas mecánicas mas manejables y económicas que los tractores.
En el bar del puente los aseos estaban en el piso de arriba, había que subir las escaleras, entrabas y la placa turca ocupaba prácticamente todo el habitáculo, allí en cuclillas haciendo sus necesidades se le cayó un billete de mil pesetas al veterinario, como el desagüe estaba muy cerca unos metros más abajo en el río junto al puente nos avisaron a los críos del barrio que nos acercáramos hasta el lugar y esperamos un rato hasta que apareció el billete verde misteriosamente intacto, el veterinario nos lo agradeció invitándonos a una Fanta de naranja en el bar. A ese bar le decían el café, el café del puente, así le llamaba mucha gente. Cuando yo nací mi padre venía de la huerta con su burra blanca, minutos antes habían llamado desde Albacete al único teléfono del barrio, el del bar del puente, para dar el recado, le dijeron a la Eliss la dueña y camarera que mi madre había dado a luz y todo estaba bien, al ver pasar a mi padre por abajo del puente se asomó y le gritó , " Que tu mujer ha parido y están bien ella y el muchacho". Mi padre dejó la burra y subió corriendo al bar emocionado!!!
El Molino del tío capones estaba al otro lado del río, la tía Dómila su mujer era buenísima, al tío capones le llamaban así por que cuidaba el molino y las tierras más cercanas de la señorita Petita Shmid, cuando pillaba algún muchacho cogiendo avellanas le arreaba unos cuantos capones que el zagal no quedaba arregostado a volver ha meterse en el huerto. Tenían en el molino una perra que cuando sonaban las campanas empezaba a ladrar dando unos aullidos desconsolados y no paraba hasta que los "cencerros de la Iglesia", así los llamaba la tía Dómila, dejaban de tocar.
Antes de jugar en aquel campo de tierra, sobre el año setenta y siete, comencé mis retransmisiones radiofónicas, sentado en el ribazo debajo de la Cruz de Bernardo, emulando a Gaspar Roseti, fue la primavera que crecieron las fresas detrás del molino de la luz vieja, pero eso ya es otra historia.
Continuara…

Peter Snails
06/06/23

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