jueves, 14 de noviembre de 2019

Antonio Heredia y Encarnacion García


Antonio y Encarnacion matrimonio “nerpiano” de Montagnac, Herault, Francia. 
Antonio Heredia, falleció hace un par de décadas, había nacido en Nerpio
 y siendo un adolescente emigró como  tantos españoles con su familia a Francia
 en los primeros años de la posguerra civil.
Encarnacion García nació en Francia en 1.926, tiene 93 años, su padre  Luis García Alvarez
 nació en Nerpio y emigró unos años antes de comenzar la contienda civil a principios
del siglo pasado.
Se conocieron muy jóvenes en Hérault, departamento de Francia bañado por el río
 que le da nombre y que se encuentra en la costa mediterránea formando parte de la
región de Occitania con capital en Montpellier. 
Antonio trabajó durante toda su vida en la vid, como la mayoría de las gentes de aquel lugar,
 en esos campos ondulados que bordean el río y que forman unos paisajes interminables de viñedos donde tantos nerpianos pasaron largos otoños y duros inviernos laborando entre la vendimia y la poda.
Encarnacion, francesa de nacimiento, pudo hacer realidad su deseo de conocer el pueblo de su padre y viajó varias veces a Nerpio acompañada de Antonio, después de la muerte de su marido lo hizo en alguna otra ocasión en los viajes organizados tras el hermanamiento de Nerpio con Montagnac propiciados por los intercambios culturales de la Cuadrilla del Tío Román.
Antonio era un gran aficionado a la música, se compró un precioso acordeón cromático Hohner que solía tocar en casa y en fiestas privadas lo que unido a su forma de ser; bromista, noble y simpática le hacían granjearse el cariño de todos los que le conocían.
El destino fue cruel con ellos en los primeros años de su juventud y matrimonio, el único hijo
 que tuvieron falleció siendo un niño lo que propició en la pareja unos años de triste sentimiento
 de amargura, el tiempo fue cicatrizado aquella herida pero jamas llegó a curarla.
Por aquel motivo Antonio dejó de tocar, en una de mis primeras visitas a su casa, hace casi cuarenta años,  tenia yo quince por entonces, me pidió que le acompañara al garaje para enseñarme el preciado instrumento, lo tenía en un altillo guardado en su funda, lo saco y me lo mostró entusiasmado con los ojos humedecidos de emoción mientras me iba contando la historia de su hijo, por que había dejado la música y por qué a pesar de estar por entonces ya jubilado no se volvían a vivir a España como habían pensado en alguna ocasión, su pequeño estaba allí enterrado y no podían dejarlo solo, tenían que seguir llevándole flores.
Treinta años después viajamos una vez más  con la Cuadrilla ha Montagnac y fui con mis hijas a visitar a Encarnacion que sigue viviendo, ahora sola, en la misma casa de siempre, con su coqueto jardín y su “huertecito” con tomates.
 Se alegrómucho de vernos igual que nosotros a ella, seguía igual de habladora y con una memoria privilegiada.
Sentados en torno a la mesa hablamos de Antonio, de mi madre, de la familia, de la vida,
del tiempo y de todas esas cosas que se hablan cuando estas con alguien que quieres y
aprecias y con quien no tienes la oportunidad de compartir conversación tanto como quisieras.
En un momento de la tertulia le pregunté a Encarna si todavía tenía el acordeón de Antonio,
entonces ella puso su mano en mi brazo y con un gesto cariñoso me dijo;
Si está en el mismo sitio, en el garaje, lo tengo guardado para ti.

Pedro Serrano Gómez 
                                               14/11/2.019