Historias de estraperlo I
LOS ENTRAMADOS ASUNTOS DEL VICARIO DE YESTE Y LAS SILUETAS PERDIDAS DEL VALLE DE TAIBILLA, EL AROMA DEL Espliego Y LAS ÚLTIMAS GARRAS DE LA ASUNCIÓN PRIMERA, LOS CUARTOS OSCUROS Y LAS LETRAS PEQUEÑAS, LAS CANCIONES DEL AMANECER, LOS DÍAS PERDIDOS Y LOS BESOS ENCONTRADOS, UN CANTO A LAS NUEVAS CRUZADAS, LAS DEL ÚLTIMO ENSALZADO DEL CONSTANTE ARREPENTIDO y SONANBULO.
Los primeros días del año fueron muy fríos, los chuzos de punta colgaban de los tejados, las tripas recién lavadas olían a rastrojos quemados en la acequia real , por la calle no se veía un alma, las chimeneas humeaban con su entusiasmo gris . El dia de los santos petrificados había traído una sensación de abandono que las últimas nieves dibujaron en su alma..
Antolín había trasplantado unos ciruelos del huerto que tenía que mandar a su hermano en la costa, un ritual que se cumplía cada año después de la última noche del año.
Por el camino que sube a la cañada, en los tejos gigantes del barranco un cartel indicaba que los últimos búhos de la sierra dormitaban escondidos en las cuevas, detrás de la casa del Tío Constante.
Habían cerrado las puertas del colegio, los fríos de enero habían congelado las aguas del rio y por el camino de la rambla se dibujaban horizontes anaranjados cuando caía la tarde. En las madrugadas solía quedarse solo escuchando los silbidos que el viento entonaba entre los chopos, las zorras aullaban en celo, desde la ventana contemplaba el rito que cada noche representaban los animales para aparearse. Unos leños más a la lumbre y con los colores rosados de la cara por el fuego dibujaba una sola estampa en su rostro entristecido por la nostalgia de la soledad compartida. Había pasado demasiado tiempo desde las últimas pesquisas que Antolin, el alguacilillo, repartió entre los vecinos alertando del conjuro de las siluetas rojas de las cuevas. El enigma de las noches de luna llena, cuando los hombres solteros de la aldea volvían a las cuevas a exponer en las rocas sus miedos y fantasías, una sensación de alivio le quedo la mañana que desapareció el último búho, el de los cantos nocturnos, una esperada conclusión para los latidos sinfónicos que se desprendían por el valle.
Los desaliñados habitantes habían juntado todos los recursos que tenían para descender hasta el pozo de la carátula ensortijada y acceder así al secreto de la garganta oscura. Una suave melodía que al arrullo del fuego llevaba a las mujeres a un éxtasis representado en un baile entre “birgazas” que ahuyentaban los alaridos desesperados de aquellos primeros pobladores…
Continuará
Peter Snails